Posibles casos de infección VIH entre vacunados COVID
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Mi hijo sufrió las consecuencias de una normativa que fomenta la desigualdad entre chicos y chicas.
Tras la mala experiencia en el British Council, centro en el que se aplicaban estúpidas y arbitrarias medidas “anti covid”, recalé en el Saint George International y decidí matricular allí a mi hijo de 11 años. Lo que menos me esperaba es tener que enfrentarme en este colegio, del que tenía buenas referencias, con situaciones del todo discriminatorias como la que tuvimos la mala suerte de vivir. Sin medias tintas, en el Saint George ser chico se castiga.
Tal y como me contó mi hijo un día, el centro impuso una prohibición solo a los chicos de jugar al fútbol en los descansos, por lo que solicité información al respecto de esta norma. Asusta solo tener que preguntar por un abuso de esta magnitud, pero no podía quedarme de brazos cruzados sin saber el porqué. La contestación de la dirección fue que la norma se derivó del comportamiento violento de los alumnos durante la práctica de esta actividad y que la decisión se mantendría por dos semanas.
Primera bandera roja: el supuesto comportamiento violento de los chicos. De TODOS los chicos. Precisamente a colación de ciertos comportamientos violentos procedí a informar de un episodio que sufrió el niño con un grupo de chicas, y del que no quisimos dar parte con anterioridad porque asumimos que fue un hecho puntual y que no se volvería a repetir.
Mi hijo fue duramente golpeado por una niña en la espalda a propósito, delante de un grupo de otras niñas que se rieron cruelmente de él mientras lloraba tirado en el suelo del dolor. Incluso le insultaron, provocando que la situación fuera todavía más humillante. Tras lo ocurrido mi hijo agarró a una de las niñas solo con la intención de hacerle entender que lo que estaban haciendo estaba mal, independientemente de que estuviera dirigido a un niño. Es decir, las niñas también pueden ser muy agresivas, como demuestra este episodio, y la prohibición respecto al fútbol es una medida misándrica, que coloca a los niños en una situación de injusticia e indefensión y de la que difícilmente van a sacar una enseñanza positiva.
El colegio insistía absurdamente en que ninguna niña estuvo involucrada en los conflictos que desembocaron en el castigo y que por una cuestión “logística” no se podía castigar a unos niños sí y a otros no. Nadie les explicó los pormenores de la norma a los alumnos, ni se intentó aclarar quién había participado en las peleas. Mi hijo es el primero que no sabe exactamente qué ocurrió. El mensaje que se traslada al alumnado, como me encargué de resaltar en uno de los correos, es un mensaje de desigualdad e incomprensión. Aún así, la dirección seguía defendiendo que niños y niñas son tratados de la misma manera.
Ante la terquedad de su argumentario, dejé bien claro que no estaba dispuesta a tolerar discriminación de género alguna y que deseaba elevar una reclamación formal con el director, solicitando una reunión en persona. Es entonces cuando se atrevieron a tildar mis afirmaciones de “insultantes”. Insultante no es ni más ni menos que el comportamiento medieval del Saint George, más en estos tiempos de especial sensibilidad con cualquier tema concerniente a la igualdad. Colocar a los niños en una posición de inferioridad es igual de peligroso que hacerlo con las niñas, consignas feministas vacías aparte.
Insultante es que pensasen que me iba a quedar callada y que se violasen los derechos fundamentales de menores de edad con esta impunidad, chocando de lleno contra el Artículo 14 de la Constitución Española, que asegura la igualdad de trato de todos los ciudadanos. Sentencias del Tribunal Constitucional como las que me encargué de remitir lo dejan bien claro. La desigualdad de trato supone una infracción cuando se introducen diferencias entre sujetos iguales, y resulta de aplicar reglas arbitrarias que carezcan de justificación objetiva y racional.
La situación en el colegio es inconcebible para cualquiera que vea lo ocurrido desde fuera. Un centro que se jacta de su vocación internacional y de favorecer la educación personalizada y la autoestima de sus alumnos no puede permitirse la aplicación de normas que segregan y castigan así a los estudiantes.