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La democracia, tal y como la conocemos, está tocando a su fin, si es que no está aniquilada ya del todo. El poder globalista, con sus agendas de sostenibilidad, sus promesas de bienestar y su curioso sentido de la libertad, lleva décadas corrompiendo los valores que nos han hecho como somos.
Feminismo, ecología o educación son manoseados y pervertidos por la élite millonaria que se reúne periódicamente en Davos. Desde sus cuarteles dictan nuevas normas convenientemente dosificadas y disfrazadas de avances sociales. Con la Agenda 2030, firmada por prácticamente el total de las naciones del planeta, y sus Objetivos de Desarrollo como hoja de ruta, los gobiernos están armando sus programas legislativos. El globalismo no es un movimiento simbólico: está ya dentro nuestras instituciones.
Oímos hablar constantemente de aquello de la gestión sostenible de los recursos, con saneamientos y agua potable para todos. El llamado cambio climático es el enemigo a batir y las energías renovables y el consumo consciente, la solución. La realidad es que ya han realizado movimientos enfocados a la expropiación de tierras para controlar la producción de alimentos y el suministro de agua potable1. Como bien esencial para la vida, la privatización del agua hará que estemos en manos de estos grandes aguatenientes; fondos de inversión que están copando las concesiones. Como explica la abogada Pilar Esquinas, especialista en Derecho del agua, manantiales y acuíferos pertenecen a grandes grupos industriales (Nestlé, Danone, Solán de Cabras, etc) que aplican sobre ellos las salvajes reglas del mercado. Ellos juegan en bolsa con el agua y deciden sobre nuestro derecho a consumirla o sobre qué impuestos nos repercuten dependiendo del uso (urbano, agrícola, etc) que hagamos de ella. La mafia del agua está amparada por los gobiernos nacionales, que a golpe de decreto manipulan el clima y nos envenenan para mantener a salvo las alianzas (también) con las farmacéuticas. Tanto en España2 como en Francia se han aprobado leyes de cambio climático que buscan incrementar la presión fiscal a través de tasas verdes, como el impuesto sobre el carbono, monopolizar las redes eléctricas y obligarnos a instalar contadores inteligentes que se puedan controlar desde fuera. El resultado será la expulsión de los pequeños productores, el empobrecimiento y la desindustrialización de los países, así como la pérdida de nuestra independencia energética. Los coches eléctricos, silenciosos y carísimos, están penetrando en una sociedad con serias dificultades para llegar a fin de mes, más ahora con los precios de la energía disparados, y cuyos habitantes lo tendrán cada vez más difícil para acceder a un vehículo y con ello, a su libertad individual. Toda medida para solventar el desequilibrio ecológico esconde golpes a la economía de la población corriente. Es la jugada del globalismo más básica: abanderar una causa legítima para justificar el recorte de libertades; en este caso, forzándonos a utilizar energías “alternativas” con bondades infladas y castigando al que se empeñe en utilizar la obsoleta gasolina. Y si la causa no tiene ningún sentido o ha sido desarmada por una importante facción de la comunidad científica: da igual, porque cumplir con lo establecido está por encima de la razón. El mismo Mijail Gorbachov realizó unas declaraciones históricas en 1996 en las que afirmaba que “la amenaza de una crisis ambiental será la clave del desastre internacional para desbloquear el Nuevo Orden Mundial”. El líder ruso recientemente fallecido vaticinaba con sus palabras el mecanismo manipulador de la Agenda 2030. Timothy Wirth, senador demócrata durante el mandato de Bill Clinton, decía contundente que “incluso si la teoría del calentamiento global es incorrecta, estaremos haciendo lo correcto en términos de política económica y política ambiental”. Es decir, que el poder tiene bien claro desde hace mucho que el calentamiento global es un producto que hay que vender a toda costa. Esta línea de pensamiento tiene su reflejo en estudios como el publicado en 2012 en la revista Nature3, ejemplo paradigmático y vigente de la farsa que dice que el ser humano es el principal destructor del entorno, en el que se concluye que las sequías o los huracanes no habían experimentado incrementos sustanciales en los últimos 60 años. Una estadística basada en poco más de 100 años no nos puede llevar a sacar conclusiones apresuradas que vuelvan del revés el mundo y nuestro estado del bienestar. Durante la década de los 70, el terror de moda era, curiosamente, que la Tierra se estaba enfriando y que nos acercábamos peligrosamente a la siguiente gran glaciación. Los estados bandean de un lado a otro, centrándose en datos aleatorios para fabricar gráficas de apocalíptico y vertiginoso aumento de las temperaturas, y obviando los que no encajan en su sesgo. ¿Sabías que el mes de mayo de 2013 fue el más frío desde 1965? ¿O que el mes de marzo de este mismo año ha sido el octavo más frío del siglo? Seguramente no has oído hablar de estas mediciones en la televisión, mientras sí se desgajaban los detalles de los vientos del Sáhara y las olas de calor.
Fijar la vista en otro de los objetivos de la agenda, una educación inclusiva y de calidad, es abrir los ojos ante una realidad que parece escrita por un psicópata, una meta difusa que provoca la persecución sistemática de todo aquel que no piense como ellos. A los globalistas no les interesa el debate, ni la diversidad, ni la pluralidad política. Como dice Fernando del Pino Calvo-Sotelo en un reciente artículo, la “corrección política” ha sustituido a todos los valores. Una corrección que actúa a través de la censura y que castiga cualquier pensamiento disidente. Aquellos que comulguen con el pan divino globalista serán “virtuosos”. Esta virtud corresponderá con el nivel de obediencia a sus mandatos, por estúpidos y aleatorios que puedan parecer. La élite global tiene un poderoso aliado en la sociedad individualista y posmoderna actual, esa en la que no se puede hablar de “verdad” sino de “verdades”, en la que defender este o aquel punto de vista puede considerarse delito de odio. El historiador Fernando Paz, autor del libro “¡Despierta! Cómo las élites están dominando el mundo” denuncia que el objetivo de esta organización “es convertir el mundo en una aldea global, sin barreras, sin límites, sin peculiaridades, homogéneo todo él”4. El globalismo quiere individuos aislados, manejables, desarraigados y dispuestos a anular su visión del mundo para ponerla a favor de la interpretación unívoca que nos den las instituciones. Un ejemplo palpable es la instalación del género como ideología dentro de las escuelas. Una ideología que suena liberadora y que no es sino el sexismo más rancio revestido con una capa de purpurina, ya que defiende que no existen los sexos, pero sí existe algo así como un cerebro sexuado que puede manifestarse en cualquier físico. Es decir, si ese cerebro sexuado no se corresponde con un cuerpo determinado, hay que corregirlo química, quirúrgica y socialmente a través de medicina y amputación de miembros genitales. Lo contrario sería ir en contra de la libertad de la persona; cuando lo lógico sería dejar ser a las personas lo que quieran ser y comportarse como deseen, aceptando que una realidad biológica inmutable (dos sexos) y entendiendo que hay miles de maneras de ser hombre o mujer. Como reza el título de un libro del psicólogo y profesor universitario José Errasti recientemente publicado y que está gozando de gran repercusión: “Nadie nace en un cuerpo equivocado”. Por una parte, hablan de “igualdad de género” y, por otro, desarticulan la definición de género y la mezclan burdamente con el sexo. Pero ¿quién puede tener interés por defender estas tesis? Detrás de la ideología de género, que encaja a la perfección con el buenismo de la Agenda 2030, están las asociaciones y los expertos en nada que se enriquecen dando charlas y, obviamente, la industria médica y farmacéutica que ingresa cantidades indecentes de dinero lavando cerebros sin pudor alguno. Finlandia o Suecia ya han cambiado sus legislaciones en cuanto a hormonación de menores supuestamente “trans” porque perjudicaban más que beneficiaban (muchos estudios demuestran que estas condiciones desaparecen en la pubertad sin necesidad de actuaciones especiales y que no son más que fases de reafirmación naturales que nada tienen que ver con haber nacido con una disonancia cuerpo-mente). Las leyes de estos países que, repito, están reculando por las horribles consecuencias a largo plazo de las terapias de afirmación, han servido de base para redactar el proyecto de ley trans español; no hace falta añadir nada más. La clínica Tavistock, especializada en asuntos de género infantil, ha tenido que cerrar sus puertas por incurrir en conflictos de intereses, después de recibir diversas denuncias por “acelerar” los tratamientos de afirmación de género y demostrarse que se debían a los mandatos de los lobbies LGBT.
Así, no es casual que los asiduos al Club Bilderberg hayan puesto sus garras sobre el feminismo. Los globalistas desarman la más que legítima reivindicación de una vida digna e igualitaria para convertirla en una guerra de sexos. Se dictan leyes misándricas (violencia de género, bajas por dolores menstruales, etc.) y se convierte a la mujer en un colectivo permanentemente vapuleado, que necesita de control y cuidado por las instituciones porque vive en una sociedad dominada por el patriarcado en la que desde su nacimiento se le dota con una debilidad original. Se infantiliza a las mujeres y se señala a los hombres por el mero hecho de serlo. A los globalistas les viene muy bien que ocupemos nuestro tiempo enfrentándonos entre nosotros en nombre del género mientras ellos trabajan en un Nuevo Orden de megaempresas y trabajadores humillados y ultra vigilados. El globalismo prefiere atomizar a la población y que olviden la lucha de clases para ocupar su tiempo en políticas identitarias y en la fundación de organizaciones subvencionadas que se aprovechan de la industria del maltrato.
En las reuniones de millonarios en Davos se resignifica la libertad y se implantan crisis sanitarias en un campo de pruebas que no es otro que nosotros mismos. Se fabrica una sociedad dependiente, a la que se obliga a vivir asustada y se presiona al máximo para comprobar hasta dónde llegan sus límites de tolerancia a la nueva tiranía. Por el camino, se azuzan las normas de merma poblacional y empobrecimiento. La austeridad económica, sí, pero solo para nosotros. Es una dictadura de grupos antidemocráticos, no electos, que somete a las naciones, que sitúa los fondos de inversión en la cúspide del sistema, en la que los ciudadanos son meros bienes de consumo intercambiables. La libertad que persigue la Agenda 2030 es extraña, contradictoria, pasa por controlar hasta el último de nuestros movimientos. El globalismo utiliza la digitalización para fabricar una sociedad que no maneje dinero en efectivo, con todas sus credenciales de identidad juntas en un solo sistema que puede rastrearse, conectarse o desconectarse a su antojo. Se crean bancos centrales y reservas federales en manos de familias ricas, que gestionan las nuevas monedas digitales. Esta mafia no quiere acabar con la pobreza, sino proteger al estamento político, favorecer a una minoría privilegiada y al resto, igualarnos en la mediocridad. El intervencionismo radical que propone esta nueva oligarquía cristaliza en nuevas leyes como la de seguridad nacional, recientemente modificada en España, que puede embargar cuentas, cerrar negocios y forzar a la población a trabajar para el estado en caso de nuevas “pandemias”; esas pandemias a su vez dirigidas por la OMS, que está aplastando todos los poderes ejecutivos. La nueva ley de vigilancia de salud pública, en proyecto, es otro instrumento que emana de estos preceptos globalistas, redactada a partir de la dictadura sanitaria que nos ha arrollado los últimos dos años. Esta ley permitirá la puesta en marcha de sistemas que permitan “la vigilancia del estado de salud de la población en términos de bienestar, morbilidad y mortalidad”. La ley estará dotada de un órgano de gobernanza propio que garantice la actualización de esta nueva normativa. Coerción, vigilancia permanente y violación de los Derechos Humanos como perversión de la libertad ciudadana. Así se entiende el interés en políticas que promueven el consumo de insectos y demonizan las carnes rojas. Cambiar los modos de producción, hacia modelos más “sostenibles y asequibles”, y pedirnos que nuestras vidas de ascetas se desarrollen en comunión con este mundo castigado… por los mismos que realizan el daño. En esta guerra cínica que persigue el conocido aforismo del Foro de Davos: “No tendrás nada y serás feliz”, nos recomiendan consumir champiñones, algas y otros alimentos que recuerden a la carne sin serlo, pero que nos dejen dormir tranquilos porque no estamos incrementando la huella de carbono. Recuerda que el mundo se va a acabar, y será por tu culpa. La culpa legitima los movimientos de reorganización social.
El globalismo es un movimiento inteligente, sutil, que sabe fagocitar a personalidades como Elon Musk para que defiendan sus tasas verdes, sus infinitos pinchazos tóxicos y el transhumanismo que pretende convertirnos en zombis. Citando al historiador y filósofo Yuval Harari: “Los seres humanos somos ahora animales hackeables. Toda la idea de que los humanos tienen alma o espíritu, y que tienen libre albedrío, se ha acabado".
Ninguna oligarquía o dictadura del pasado ha logrado concentrar tanto poder como el globalismo supremacista actual, con Bill Gates a la cabeza. Estamos ante un movimiento que ha sabido asentar sus cimientos con extrema eficacia, retorciendo los datos, activando los engranajes del miedo para funcionar como una nueva religión. Y para ello solo ha tenido que maquillar valores legítimos, envolviendo los enunciados en progresía.
1 Globalist corporations begin seizing farmland in America under eminent domain, to halt food production in the name of fighting climate change. JD Heyes | Natural News. 29/12/2021
2 ¿Qué novedades trae la ley de cambio climático y transición energética? Redacción | Noticias Jurídicas. 21/05/2021
3 Little change in global drought over the past 60 years. Justin Sheffield, Eric F. Wood y Michael L. Roderick | Nature. 14/11/2012
4 Fernando Paz: “El objetivo del globalismo es convertir el mundo en una gran China”. Julio Llorente | La Iberia. 22/10/2021