Monopoly, ¿quién domina el mundo?
17 enero, 2023¿Igualdad? Un ministerio que ataca a hombres y mujeres
28 febrero, 20231 febrero de 2023
El tiempo pone a cada uno en su lugar y, en el caso de Novak Djokovic, ese lugar ha sido la gloria profesional y la justicia social.
Hace poco más de un año que Novak Djokovic se convirtió en un símbolo de lucha para una mitad de la sociedad y en un apestado para la otra mitad. No hace falta decir a qué parte apoyaba la narrativa oficial, tan ávida en época de control covid de encontrar víctimas entre aquellos que se salían del camino pactado.
Djokovic ya era un deportista de primer nivel a principios de 2022, habiendo alcanzado méritos suficientes para igualarse a Federer o Nadal. Fue entonces cuando viajó a Australia para disputar el Abierto, mítico torneo que forma parte del llamado Grand Slam de Tenis. Tras no poder corroborarse su estado de vacunación covid y rechazarse la exención que presentó, fue retenido en el aeropuerto de Melbourne y las autoridades cancelaron su visa en espera de ser deportado. Recordemos que las normativas plandémicas se retorcían a placer con la excusa del virus para separar a los “buenos” de los “malos”. Normas como los toques de queda, los espacios donde la mascarilla era obligatoria o los absurdos pasaportes verdes se combinaban sin orden ni concierto a nivel global. El ministro de Inmigración, Alex Hawke, argumentó que la decisión del jugador de no inocularse podía incrementar “el sentimiento antivacunas”.
Los abogados de Djokovic impugnaron la decisión del gobierno australiano y exigieron que se celebrara una audiencia, lo que provocó que el proceso se paralizara y Djokovic fuera trasladado a un hotel, donde estuvo encerrado durante 5 días. Tras varias idas y venidas, se celebró una vista el 16 de enero de 2022 en la que se decidió la deportación de Djokovic.
El infame comportamiento liberticida de las autoridades provocó una ola de apoyo al tenista en forma de concentraciones a la puerta del hotel. También en Belgrado, capital del país de origen de Djokovic, hubo movilizaciones de apoyo que se fueron replicando por todo el mundo, a lo que se unieron protestas en redes sociales por el trato nefasto que se le estaba dando. La familia del tenista no tembló al calificar el suceso como “el mayor escándalo deportivo diplomático de la historia”. El hermano del tenista, Djordje Djokovic, denunció que estaba siendo tratado como un criminal y que incluso fue privado de sus pertenencias durante el encierro forzoso.
El siempre certero Juan Manuel de Prada dedicó a la figura del deportista serbio una de sus crónicas en ABC con el asunto aún caliente bajo el título “Una leyenda llamada Djokovic”. Leer sus palabras un año y pico después resulta revelador y debería hacer pasar vergüenza a todos los que repudiaron a Djokovic por no doblegarse al sinsentido. Decía de Prada que “el Open de Australia seguirá arrastrando el baldón de haber impedido, en su edición de 2022, la participación de una leyenda (…) Hoy puede parecer que es la suya una gloria infame que sólo representa a una minoría convertida en chivo expiatorio por una generación sumisa y cobarde. También Owens representaba sólo a unos negros mugrientos; también Maradona representaba sólo a unos sudacas charlatanes. Pero pasarán los años, pasarán las hazañas deportivas de sus coetáneos; y resplandecerá la leyenda del hoy estigmatizado Djokovic”. Comparaba el autor así a Djokovic con otras dos grandes personalidades del deporte, cuyas gestas superaron lo deportivo para marcar a fuego la historia popular, y vaticinaba que sería su nombre el que recordaríamos en tiempos venideros.
En una entrevista para la BBC concedida en febrero del año pasado, Nole, diminutivo por el que suelen dirigirse a él, explicó que asumía los efectos de sus decisiones, pero que seguiría defendiendo y apoyando “la libertad de elegir qué poner en tu cuerpo”. Merece la pena detenerse sobre las palabras del tenista, que afirmaba: “Como atleta profesional, siempre he leído y revisado todo lo que llega de suplementos, comida, agua, bebidas deportivas... Todo lo que entra en mi cuerpo. Y basado en la información que recibí, he decidido no darme la vacuna hasta ahora (…) Los principios de las decisiones sobre mi cuerpo son más importantes que cualquier título o cualquier cosa”.
Pues bien, ha pasado un año. El defenestrado Novak Djokovic ha retornado al lugar donde vivió los peores momentos de su vida personal y deportiva, y lo ha hecho para ganar el mismo torneo que no le permitieron jugar en 2022. Quisieron ejemplificar con su conducta las consecuencias de la “desobediencia”, pero en muy poco tiempo vuelve a estar en la cúspide de la ATP, con su 22º Grand Slam bajo el brazo, y las circunstancias del encierro, la deportación y el señalamiento mediático parecen más ridículas que nunca.
Juan Manuel de Prada ha vuelto a aprovechar su altavoz en la prensa mainstream para lanzar uno cuantos dardos, ahora que el sufrimiento de Nole parece una anécdota del pasado. La columna titulada “No-Vac, No-Covid” demuestra que de Prada no es el tipo de articulista que se esconde tras la barrera; menos en este caso, en el que sus predicciones se han cumplido al dedillo. El escritor nos habla de “justicia divina” y menciona que, “como guinda del pastel, el filántropo genocida Bill Gates se hallaba en las gradas”. Sí, lo dice así literalmente: GENOCIDA. Djokovic ponía nombre y apellido con la victoria en Melbourne a cada una de las personas que defendieron su cuerpo como un templo que ha de respetarse y que no consintieron inocularse con una terapia génica experimental. Las lágrimas del vencedor, como dice Prada, sirven de espejo a todos aquellos que han sufrido hostigamiento, persecución y estigma.
En solo un año la historia ha sufrido un giro de 180 grados. El villano oficial para la masa enganchada al covid se ha ganado un puesto en el Olimpo del tenis. ¿Quién se acuerda ahora del cobarde de Nadal, cuando corrió a criticar a su compañero en plena crisis pre deportación diciendo que Nole conocía las normas y que debía atenerse a las consecuencias?