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Internet ya no es esa arcadia feliz, ese foro abierto en el que cualquier opinión cabía, donde se celebraba la diversidad y se desafiaban los límites del propio pensamiento humano. Las corporaciones luchan por encerrar el conocimiento y controlar las opiniones al servicio de las élites, que intentan adormecer las voces disidentes.
Polonia, bastión de la vieja Europa, libra una batalla casi en solitario contra la censura en redes. Este país ha promulgado una ley1 que da verdadero poder a la gente para denunciar a las grandes corporaciones cuando eliminen contenido que consideran “inapropiado”. Así, cuando Facebook o Twitter retiren mensajes poniéndoles el estigmatizante sello de la “desinformación”, lo que deja un amplio margen a la interpretación, los ciudadanos podrán apelar. Estas redes manosean sin vergüenza los Derechos Humanos e imponen límites a la libertad de expresión sin apelar a ningún organismo independiente o de Justicia. Es decir, se erigen portavoces de la censura más rancia. En la nueva ley polaca incluso existirá un Tribunal para la Protección de la Libertad de Expresión que respaldará las denuncias cuando se agoten todas las vías.
El ministro de Justicia polaco, Zbigniew Ziobro, manifestaba a principios de este año su satisfacción con el borrador de esta ley, que defiende sin ambages “un derecho constitucional”. Ziobro cargó contra los gigantes tecnológicos que dirigen agresivos monopolios y que tendrán que enfrentarse a importantes multas sin vulneran los derechos de la ciudadanía a opinar y expresarse. Además, la nueva ley de medios prohíbe a cualquier empresa fuera del Espacio Económico Europeo poseer más del 50% de un canal de televisión, levantando así un muro contra el dominio de gobiernos hostiles que quieran extender su poder sobre Polonia. Ya existe un precedente a esta ley en un acuerdo que Polonia trató de cerrar con Facebook en 2018 para que los usuarios tuvieran el derecho de impugnar el borrado de publicaciones. Ahora, lejos de achantarse, el país europeo es pionero en implantar una normativa sólida e integral contra este fascismo del contenido.
Siguiendo la estela de Polonia, Hungría también se ha unido a esta ofensiva contra la censura, modificando su legislación. Curiosamente, siempre es el contenido “conservador” o en contra de la narrativa oficial el que sale escaldado y ha llegado el momento de equilibrar la balanza. A pesar del cerco de Europa, Polonia y Hungría hacen suyos los preceptos del humanismo tecnológico, que pretende situarnos en el centro, lejos del odio digital. Cuidar las ideas y liberarnos de la servidumbre del puñado de empresas totalitarias que aglutinan el poder, como mencionábamos al hablar de la responsabilidad social de las grandes tecnológicas.
Estas nuevas leyes tienen enemigos claros: el imperialismo de Estados Unidos, Rusia y China, países enfrentados entre sí y al mismo tiempo con enfermizas ansias de control, así como la deriva globalista y el abandono de las raíces comunes de Europa. En medio de esta guerra por arrasar sin escrúpulos con el pastel de la Inteligencia Artificial, Europa debe posicionarse como defensora de los derechos de las personas y del uso ético de los datos y los algoritmos. Tiene el deber de posicionarse como defensora acérrima del humanismo tecnológico.
Vivimos en un tiempo de despersonalización, con nuestros movimientos limitados y supeditados a códigos QR y pasaportes “verdes”. Las fronteras de la intimidad están siendo reventadas a golpe de impuestos terroristas como los tests de antígenos para viajar y de certificados de vacunación para simplemente entrar a un bar o para acceder a un puesto de trabajo, como ya está ocurriendo en Italia y Francia. Por no hablar del más absoluto totalitarismo en el que se encuentra inmersa Australia.
Pero tengamos fe. Europa está despertando. En una interesantísima comparecencia el pasado mes de octubre2, varios miembros del Parlamento Europeo, representantes de todo el espectro político, alzaron la voz contra los pasaportes verdes y los gobiernos que explotan las crisis para cercenar nuestros derechos más básicos basándose en criterios acientíficos. Dichos derechos no son privilegios por los que debamos pedir perdón, como apunta Christine Anderson, (Alemania) sino victorias ganadas sobre las que se sostiene el espíritu europeo. El vídeo fue censurado rápidamente por Youtube, aunque más tarde volvió a circular. Anderson se preguntaba por qué los ciudadanos llegan a aceptar estas medidas que ponen en peligro su libertad individual. Francesca Donato, de Italia, donde se está viviendo una brutal represión a costa de estos certificados, apuntaba que ni siquiera se respeta a los ciudadanos con contraindicaciones para vacunarse. Algo que corroboraba Ivan Sincic. El parlamentario croata manifestaba que los pasaportes verdes “son una licencia para infectar a otros”. No hay nada más anti europeo que estas cartillas, motivo de segregación y absolutamente irrespetuosas con la vida privada, el control de la información médica y la libre expresión del pensamiento. Es urgente legislar para que las instituciones estén al servicio de las personas, no para vigilar y dominar sus vidas.
La censura por una parte, y que nos hayamos convertido en meros sacos de datos que se compran y se venden al mejor postor por otra, han convertido Internet en un campo de minas, lejos de lo que promulgaba aquella Declaración de Independencia del Ciberespacio de 1996. “Gobiernos del mundo industrial, gigantes cansados de carne y acero, vengo del ciberespacio, del nuevo hogar de la mente. En nombre del futuro, les pido a ustedes que pertenecen al pasado que nos dejen en paz. No son bienvenidos entre nosotros. No tienen soberanía donde nosotros nos reunimos ". Esas eran las palabras de John Perry Barlow, que escribió la Declaración como respuesta a la Ley de Decencia en las Telecomunicaciones. Esta ley fue una de las primeras normativas que trató de controlar el contenido online y sus emisores. El documento de Barlow, sin embargo, se antoja ingenuo en nuestros días, con las redes en manos de un puñado de empresas (Amazon, Alibaba, Facebook…) que devoran cualquier atisbo de rebelión, lo trituran y lo convierten en un producto para las masas. Además, los discursos de odio y la desinformación campan a sus anchas, nos esclavizan y alteran la convivencia.
¿Sería posible devolverle el encanto y la libertad a Internet? ¿Sería posible crear un entorno en el que volviéramos a ser dueños de nuestros datos? Esos son los objetivos de iniciativas como Dfinity3, una tecnología que conecta la información de modo libre, escapando de las grandes granjas de servidores. Una red completamente descentralizada, funcional y segura, para desplegar aplicaciones públicas y privadas con bajos costes. Y no solo eso, también para que el contenido no pueda ser violado o directamente borrado por las corruptas manos de Mark Zuckerberg y los dictadores globalistas que lo financian.
Dfinity no es el primer proyecto que intenta “descentralizar” internet. Solid, una iniciativa de Tim Berners Lee, conocido como “el padre de la World Wide Web”, quiere obligar a grandes organizaciones y gobiernos a construir aplicaciones que respeten la privacidad y devuelvan a los ciudadanos el poder sobre sus datos4. Se trata de dar un golpe en la mesa que dé la vuelta a la situación y obligue a las empresas a solicitar específicamente qué datos quieren de sus clientes, datos encerrados en una especie de caja fuerte. Además, cuando salgamos de la web, la empresa en cuestión no podrá guardarlos ni manipularlos en modo alguno. Algunas grandes instituciones ya están trabajando con este programa. Nos hemos acostumbrado, lo cual es intolerable y dice muy poco de nuestra integridad como seres humanos, a que las redes sociales de vez en cuando sufran filtraciones de información que dejan millones de datos al descubierto. Tras estos episodios, afirman que trabajarán en mejorar sus protocolos y en dos días hemos olvidado el titular.
La red SAFE5 pretende llegar más allá y suponer una alternativa integral a internet, con su propio sistema de intercambio de archivos P2P, su propio Twitter (bajo el nombre de Patter) y su propio Spotify (Jams). Toda la información de SAFE estaría alojada en los discos duros de los participantes. Su fundador, David Irvine, afirma: "Mi único objetivo es quitarle los datos a las corporaciones y devolverlos a la gente" y define SAFE como “la primera red de datos autónoma. La descentralización, combinada con principios de auto-encriptado, auto-autenticación, y ausencia de intervención humana proveen un entorno autónomo en el que la seguridad y la privacidad están por encima de todo”.
¿No es terrible saber que solo 15 proveedores poseen la mitad de los equipos de alojamiento de datos a nivel mundial? No solo eso: Amazon concentra el 41% de los servicios en la nube pública, y avanza implacable. El resto se lo reparten otros gigantes como Huawei, AliBaba y Microsoft.6 La tendencia además es al alza, pues nadie quiere comenzar un negocio sin contar con estos monstruos de la tecnología y la distribución.
Donald Trump ha decidido enfrentarse a esas tecnológicas totalitaristas con su propias manos, creando una red social ahora que las redes mayoritarias lo han vetado. Truth Social7 nace con grandes expectativas que se han visto reflejadas en un increíble impulso en la bolsa, antes incluso de haber nacido. Mientras tanto, Snapchat, Twitter o Facebook sufren importantes caídas en sus acciones. Las previsiones para estos gigantes no son buenas a medio plazo, y Truth Social sigue provocando interés, con decenas de inversores dispuestos a apoyar este proyecto rival de los medios progresistas y de las dictaduras de Silicon Valley. Programas de este tipo, que dan cabida a cualquier persona independientemente de su raza, sexo o ideología son los que aportan valor a la sociedad. En palabras de Trump, no se entiende que “los talibanes tengan una gran presencia en Twitter, mientras un presidente es silenciado”. El ex mandatario contaba con 88 millones de seguidores en el momento de su expulsión de Twitter. La nueva red, que ya ha sufrido un sabotaje, verificará todas las cuentas y velará por el respeto entre sus usuarios.
Todavía es pronto para saber qué pasará con este tipo de proyectos, al igual que es difícil predecir aún el alcance, por ejemplo, del bitcoin y su influencia a largo plazo en la economía global. El camino hacia la verdadera libertad tecnológica no es fácil y exige nuestra valentía y compromiso personal, y que exijamos a las empresas el respeto a los derechos humanos a través de un Humanismo Tecnológico disponibilizado de inmediato para todos sus usuarios.