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En el análisis de los afectados por un brote masivo covid durante la celebración de varios eventos en Massachusetts se halló que el 6% de los infectados también era positivo en VIH. De un total de 469 personas (346 vacunadas, un 74%), 30 fueron identificados con el síndrome de inmunodeficiencia. Lo destacable del dato es que supera en un 17% la tasa de prevalencia de VIH en Estados Unidos. Es lógico pensar que estas infecciones no se produjeron durante aquellos eventos, sino a causa de las proteínas que libera la vacuna o porque han desarrollado anticuerpos debido a que se les ha inoculado un fragmento del virus.1
Tal y como se supo a finales de 2020 a raíz de VIH positivos hallados en los ensayos clínicos de una vacuna covid en Australia, un fragmento del virus del SIDA se utilizó para estabilizar la proteína S.2 3 El ensayo se detuvo cuando varias personas ya habían desarrollado anticuerpos. Por tanto, lo cierto es que secuencias del VIH se han utilizado en laboratorio para componer las vacunas actuales, lo que entroncaría con el desmesurado resultado del brote de Massachusetts.
La opacidad y la información contradictoria ofrecida por los grandes laboratorios en cuanto a la composición de las vacunas covid han sido las notas dominantes durante el último año y medio.
Varios estudios, como el realizado sobre la de AstraZeneca por el doctor Jean Bernard Fourtillan, el doctor Christian Tal Schaller y el doctor Serge Rader, tratan de discernir qué es exactamente lo que se está inoculando. Estos informes concluyen que el fármaco contiene fragmentos del virus VIH, además de secuencias de ADN de la malaria y nanopartículas de origen desconocido.4 Una vez más, aparece un vínculo que no puede ser casual.
La autora Anna Von Reitz5 también sostiene que las vacunas covid utilizan estos fragmentos y advierte que a los efectos adversos conocidos se puede unir un positivo en VIH.
Precisamente en personas que conviven con el VIH sí se ha testado ampliamente el efecto de las vacunas covid. Aunque en un principio los estudios se centraron en población sin patologías previas, pronto las farmacéuticas se afanaron en experimentar en este colectivo. Pfizer, Moderna o AstraZeneca han sido testadas en afectados por el VIH y, conforme a la información facilitada, la terapia es segura para ellos.
Hasta el momento las noticias son difusas, las normativas cambian constantemente, los “expertos” no se ponen de acuerdo. Nadie es capaz de ofrecer un listado fiable de los componentes de las terapias génicas que se están inyectando masivamente y no podemos ignorar las bandera rojas, sobre todo cuando aparecen casos como el de Massachusetts, que arrojan datos que desafían cualquier estadística. Entonces, ¿quién nos asegura que estas dos “pandemias” no están conectadas? ¿Quién nos asegura que al vacunarnos contra el covid-19, creyendo que nos estamos protegiendo, no podemos contraer el VIH?