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En los últimos años los avances tecnológicos han cambiado por completo nuestra forma de vida. La aparición del ordenador personal y de Internet, como gran hito del siglo XX, ha llevado de la mano una democratización de los servicios y una explosión de las industrias de la comunicación. Hoy en día no podemos entender el mundo sin correo electrónico o sin servicios de música o televisión bajo demanda; por no hablar de la posibilidad de hacer trámites con los bancos o la administración pública. Lamentablemente, internet también reproduce las sombras del mundo físico y la censura está campando a sus anchas promovida por los dictadores globalistas y sus marionetas políticas, que están convirtiendo occidente en una nueva China.
La tecnología no tiene sentido si no está al servicio del ser humano, si no hace su vida mejor y más segura. Las empresas tecnológicas deben suscribir compromisos de transparencia y acceso a la información, y transmitir valores como la confianza porque tienen una clara responsabilidad social que no están cumpliendo.
Los Derechos Humanos son facultades inherentes a la persona. Los 30 Derechos que componen la Declaración Universal nos hacen iguales por definición y son incompatibles con las dictaduras, las oligarquías y cualquier sistema basado en la superioridad de casta o clase social. La humanidad solo está a salvo de la esclavitud de las élites dictatoriales y de las grandes corporaciones si se respetan los Derechos Humanos.
La tecnología que respeta al individuo y trasciende el puro materialismo será una Tecnología Humanista. Lo contrario es una Tecnología Totalitaria o dictatorial que no pretende más que multiplicar el control sobre la ciudadanía.
EL Humanismo Tecnológico pretende proteger a la Humanidad y evitar su deterioro a través del desarrollo y uso de tecnología que respeta al individuo. El Terrorismo Tecnológico persigue su destrucción como colectivo y su conversión en algo que nada tiene que ver con la Humanidad tal y como la conocemos actualmente.
Las Tecnológicas Totalitarias son propiedad de las élites que promueven un globalismo maléfico que destruye los derechos fundamentales de las personas y esclaviza la Humanidad. Estas élites dictatoriales afines entre sí (la histórica Fundación Rockefeller, el Council of Foreign Relations, George Soros, Bill y Melinda Gates, el Club Bilderberg, etc.) difunden miedo y trasladan una idea de inseguridad y falta de cohesión que nada tiene que ver con la realidad del ser humano. El globalismo pretende aniquilar los valores tradicionales y no tiene ningún respeto por la identidad y la autonomía de los pueblos, cada vez en más franco peligro. Como decía Nelson Mandela: “No hay peor sistema para garantizar la paz y la seguridad mundial, que un proyecto imperial de dominio, porque siempre traerá una mayor inseguridad y más riesgo de terrorismo.”
Trump ha sido uno de los más firmes defensores de este carácter propio y del fortalecimiento de la nación. Su lucha por evitar una absorción o control totalitario por parte del globalismo le ha llevado, por ejemplo, a abrir una guerra sin cuartel contra China. Imponiendo fuertes aranceles, Trump ha luchado contra la competencia desleal y el robo de propiedad intelectual. El ex presidente de los Estados Unidos ha abogado con firmeza por una promoción de la manufactura local.
El recientemente fallecido John McAfee denunciaba en varios vídeos antes de morir que los gobiernos espían a los gobiernos; los departamentos dentro de cada gobierno sospechan de los demás. Sostenía que es cuestión de tiempo que los ciudadanos, viviendo en constante paranoia, se conviertan en espías unos de otros. Vivió huyendo de la justicia norteamericana durante años, imputado por fraude, y nunca se doblegó ante el poder, denuncia tras denuncia. Puso sobre la mesa la existencia de un Estado Profundo intocable que mueve los hilos desde dentro. Por supuesto, tampoco tuvo reparos en posicionarse, a raíz de la pandemia de miedo en la que vivimos. McAfee estaba aterrado ante este fenómeno global en la que cierran pequeñas empresas, se coartan libertades y movimientos, se agrede el derecho de reunión y se cierran fronteras, decía literalmente, “no para mantener fuera a la gente, sino para evitar que sus propios ciudadanos se vayan”.
Robert Kennedy Jr. se ha erigido en firme detractor del globalismo, así como en defensor de las posturas de Trump. El abogado y activista advierte del estado de vigilancia autoritario de los gobiernos progresistas en alianza con las grandes corporaciones, y de cómo esas alianzas comprometen los valores democráticos. Asimismo, pone en el foco en farmacéuticas y grandes tecnológicas, y en su agresiva concentración de poder. A la cabeza de la organización Children’s Health Defense, Kennedy lucha contra la desinformación y la protección de los más débiles ante la amenaza de los medicamentes y nuevas armas biológicas - como la mal llamada vacuna actual -, tan peligrosos para nuestros hijos, promocionados por un sector de la comunidad médica en este contexto de pandemia, ignorancia y codicia.
Aquellos que plantan cara al poder imperialista y se niegan a seguir a pies juntillas la narrativa oficial pueden pagar caro su disidencia. Tal es el caso de Jovenel Moise, presidente de Haití, recientemente asesinado en su propia residencia. También Pierre Nkurunziza, presidente de Burundi y John Magufuli, presidente de Tanzania, han fallecido en extrañas circunstancias. Los tres se caracterizaron por no doblegarse ante las presiones de las primeras potencias. En el caso de Magufuli y Nkurunziza, negándose a vacunar a su población con los fármacos experimentales impuestos por Occidente.
Las criptomonedas, con el BitCoin a la cabeza, son uno de los casos más destacables de esa tecnología que respeta los Derechos Humanos. No por casualidad el BitCoin es conocida como la moneda del pueblo. Las grandes revoluciones están en la red, y la red es libre. El BitCoin traspasa fronteras y funciona usuario a usuario. Es decir, escapa de las garras afiladas de los bancos, de cualquier influencia política y, por supuesto, de Hacienda, gran organismo al servicio de las marionetas de las élites globalistas que para nada ayuda a ningún país a prosperar sino a esclavizar a sus ciudadanos a través de impuestos que en otras épocas hicieron decapitar a toda una burguesía francesa.
Pero volvamos a Bitcoin, el proceso en las transacciones es barato, porque nadie cobra comisiones, y seguro, porque la gente controla los movimientos. Ninguna entidad puede abrir o cerrar cuentas o espiar nuestros datos, porque el sistema está sabiamente encriptado. Un sistema económico liberal lleno de ventajas para el ciudadano.
Bitcoin supone el control del dinero por el pueblo, por las personas, respetando nuestra libertad y nuestros derechos fundamentales. Es Tecnología Humanista en estado puro. De ahí la mala prensa que los medios de comunicación le atribuyen constantemente, aterrorizando a los potenciales consumidores de la misma con historias terroríficas una detrás de otra.
Esta participación colectiva también se da en cierto tipo de banca, la llamada “banca ética”. Estos bancos no se mueven solo por los intereses del mercado, invierten en renovables, restauración del medio ambiente o cultura y funcionan por consensos y contra la especulación. Podríamos hablar de una banca humanista en este caso. Fantástico concepto.
Como máximo exponente de la Tecnología Humanista, encontraríamos a los empresarios tecnológicos humanistas. Steve Jobs, fundador de Apple y director ejecutivo hasta su muerte en 2011, dio la vuelta al concepto de tecnología y democratizó su uso. Logró introducir los ordenadores personales en los hogares, dejando de ser un bien elitista, y cambió el modelo de negocio de la industria musical lanzando el iPod y iTunes. Hoy no podríamos entender esta industria sin servicios de streaming y compra online de canciones. Pero no te dejes engañar por esta imagen de salva patrias.
Sí, la tecnología ha sido un instrumento fundamental a la hora de ayudar a las personas en la organización de movimientos sociales y protestas, pero también se ha utilizado como instrumento de vulneración de los derechos humanos (privacidad, derecho a la información, etc), a través de la censura, la vigilancia y el seguimiento y rastreo de información. Europa hace que lucha a través de varias iniciativas para que las tecnológicas conserven estos valores de confianza y transparencia,1 aunque realmente se trata nuevamente de estrategias globalistas para el control de la población (europea en este caso, claro).
La carrera de Jobs y su gigante tecnológico no ha sido ajena a estas vulneraciones. Apple ha sido acusada de mantener a sus trabajadores en condiciones infrahumanas y Jobs, concretamente, era conocido por su crueldad y clasismo2. Dicho de otro modo, también ha mostrado su cara más oscura y se ha convertido en una de esas empresas totalitarias tecnológicas de las que parecía desmarcarse. Hace menos de un año Apple tuvo que hacer frente a una denuncia por violar la ley europea de privacidad a través de sus sistema de seguimiento de anuncios3. Los iPhones rastrean los comportamientos del usuario sin solicitar ningún permiso, colocando códigos en los dispositivos. Y no ha sido la única denuncia4. Apple ha jugado a ser Dios y por eso está asediada a demandas por violar la privacidad.
Una imagen de bondad es la que ha utilizado también durante toda su trayectoria Bill Gates para construir un imperio disfrazado de filantropía. “Filantrocapitalismo”, tal y como lo llama Carlos Astiz, periodista y doctor en Ciencias de la Información. “La población acepta mejor las directrices de las entidades sin ánimo de lucro”, dice Astiz. Bill Gates, a través de su fundación, financia empresas agroalimentarias que utilizan la modificación genética u otras que fabrican vacunas5. Y Gates sabe perfectamente que las vacunas son ahora mismo the place to be. El falso ingeniero que desarrolló un software que nos invadía de virus nuestros ordenadores personales se dedica ahora a inocular a la población haciéndose pasar por médico. El virus es otro, la estrategia la misma. Este señor representa los valores contrarios a un Humanismo Empresarial.
Las redes sociales, con su imagen de falsa libertad, son en muchas ocasiones el brazo ejecutor de la censura más rancia. Traspasan las líneas rojas de la privacidad constantemente y nos obligan a transigir con unas condiciones que cambian unilateral y arbitrariamente. Facebook, Twitter e Instagram principalmente responden mal ante la revolución. Aunque fingen adscribirse a las causas justas, normalmente se doblegan ante la narrativa oficial de los dictadores globalistas especialmente porque son todos ellos sus inversores. Twitter, una empresa privada, bajo la coartada de “evitar propagar mensajes de violencia”, se permite el lujo de cerrar la cuenta de Donald Trump en lo ha sido uno de los episodios más flagrantes de censura6. Twitter fingiendo ser la plaza del pueblo donde todo el mundo puede decir lo que le parezca, para convertirse en la guillotina de los discursos que “no interesan”.
Facebook, por cierto, en franca decadencia, no duda en hacerse eco del decálogo de recomendaciones covid que dictan los gobiernos, pero censura el contenido que no apoye ciegamente las campañas de vacunación. Desde comentarios a enlaces a noticias, pasando por testimonios de personas que están sufriendo las secuelas de esta terapia génica experimental. A Facebook le interesa nuestra vida privada como excusa para reconocer tendencias y vendernos productos, pero no cuando alzamos la voz. Eso por no hablar de la eliminación de más de 1 millón de vídeos anti-versión oficial del circo covid en YouTube.
El problema radica entonces en que unos cuantos súper millonarios quieren controlar el mundo. Se apropian de empresas tecnológicas y medios de comunicación y extienden sus tentáculos a otras industrias. La alimentación, la energía… Hasta que pretenden incluso erigirse en dueños de nuestras opiniones.
Los políticos, como marionetas ejecutoras del poder de las élites, ponen en peligro nuestro bienestar a través de una relación hipócrita en la que aseguran tomar medidas para “protegernos”. No hay ejemplo más claro que el de la crisis actual. La excusa del coronavirus ha acelerado los procesos de control y ha puesto de manifiesto cómo los gobiernos son capaces de hacer cualquier cosa para demostrar quién es el más fuerte. Han cercenado nuestra libertad encerrándonos en nuestras casas o nuestros barrios. Han condicionado nuestras relaciones familiares y nos han obligado, bajo amenaza de no poder movernos o acceder a servicios, a inocularnos un medicamento experimental que está haciendo millonarios a unos pocos laboratorios. Y todo ello con la excusa de una mera gripe a la que sobrevive más del 99% de la población.
Una “histeria por las vacunas”, como lo define el autor y profesor de ciencias políticas Paul Kengor, que no es más que el efecto de las presiones interesadas de farmacéuticas y los Centros de Control de Enfermedades, nutridos de ingentes cantidades de dinero para “investigación”.
Cristina Martín Jiménez, autora y especialista en el estudio de las élites globalistas como el Club Bilderberg, no duda en calificar esta nueva situación como una Tercera Guerra Mundial. La experta afirma contundente que el virus es la excusa para conducirnos a la aceptación de las reglas de una nueva sociedad para cuya implantación llevan décadas trabajando. No puedo estar más de acuerdo con ella: una tercera guerra mundial en la que las armas son las empresas tecnológicas totalitarias que atacan a la humanidad.
Pero hay un poder superior: nosotros mismos.
José María Lasalle es uno de los autores que han impulsado esta idea de humanismo tecnológico a la que yo me aferro. En su obra “Ciberleviatán. El colapso de la democracia liberal frente a la revolución digital”, manifiesta que “la revolución digital está transformando de manera acelerada el mundo, un mundo cuyos habitantes se encuentran golpeados por un ‘tsunami de datos’, cada vez más descorporizados por el uso continuado de pantallas, dependientes de sistemas de inteligencia artificial de modo creciente y vigilados por ella de manera permanente. Esto estaría resultando en la emergencia de un homo digitalis, cada vez con menos autonomía y derechos en un nuevo mundo digital gobernando por grandes corporaciones”.
Lasalle también indica que las personas cada vez estarían más dispuestas a ceder libertad a cambio de seguridad y eficacia en su vida cotidiana. Advierte, que el riesgo es que la Inteligencia Artificial pase a ser la medida de todas las cosas.
Para Lasalle la solución sería declarar al ser humano el centro del nuevo mundo digital y garantizar legalmente los derechos (propiedad de los datos) así como establecer las reglas del juego de los nuevos mercados en torno a ellos.
Román Cendoya ya habla de este homo digitalis en su obra “rEvolución. Del homo sapiens al homo digitalis”. Somos el último eslabón evolutivo, que se mueve en una sociedad híper conectada, controlada y ordenada. El homo digitalis amplía su identidad a través de una pantalla, desde su limitada realidad a un espacio virtual ilimitado. Pero también es un ser enfermo, porque esta sobreexposición alimenta los comportamientos adictivos y el ansia de idealización. Cendoya auguraba curiosamente hace unos años el fin de las redes sociales, predicción que de momento no se ha cumplido, aunque como ya hemos dicho se hayan corrompido de modo que ya no son precisamente una arcadia de la comunicación.
Así que, piensa un segundo, antes de hacer ese retuit, de dar un like, de expresar una opinión. Como dice la filósofa Marina Garcés: “Si no cuidamos las ideas, la tecnología se empobrece y se convierte en algo que solo pretende controlar. Enriquecer la experiencia con las humanidades es clave para la creación de una tecnología más interesante y más emancipadora. El problema no es tecnología sí o no, sino quién la crea, desde qué intereses y con qué visión de la sociedad y del mundo. Eso es lo que debemos preguntar siempre, como consumidores, como ciudadanos”. Garcés apela con muy buen criterio a nuestra libertad responsable.
Somos el centro y el fin de este Humanismo Tecnológico, a través del cual nos podremos liberar de la servidumbre de las Tecnológicas Totalitarias. Somos responsables de la tecnología que compramos y usamos. La excusa de una supuesta pandemia y la apropiación de las grandes tecnológicas por los tiranos dictatoriales elitistas ha sometido, engañado, violado y está matando – ASESINANDO- a través de una supuesta vacuna a la humanidad. No dejemos que esto ocurra. No pueden someternos si no nos dejamos. Recuperemos nuestro coraje. Volvamos a ser guerreros. Luchemos por nuestros derechos. Exijamos un HUMANISMO TECNOLÓGICO.
La sociedad necesita levantar la vista de las pantallas y empezar a reflexionar y darse valor a sí misma, pues corre el riesgo de que cuando quiera hacerlo, la Humanidad, como un día la conocimos, ya no exista.
Está en nosotros - en cada uno de nosotros - exigir especialmente a las empresas tecnológicas que dejen de ser Totalitarias. Exijamos a todas ellas un comportamiento Humanista y que sus términos y condiciones no sólo respeten aspectos importantes como la privacidad (GDPR), sino fundamentales como son los Derechos Humanos.