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Que un tema como la salud mental se convierta en “moda” es un arma de doble filo. Por una parte los medios de comunicación ponen el foco sobre la cuestión con una cobertura intensa, se organizan campañas de apoyo y recolectas, se escriben libros, se multiplican los estudios, se desestigmatiza a las personas que acuden a psicólogos y psiquiatras, etc; pero por otra se frivoliza y se convierte en logo de camiseta, en contenido de influencer, se romantiza la ansiedad, la depresión o el suicidio. Y entonces aparecen iniciativas como TherapyChat, un paso más en la uberización de los servicios. TherapyChat comenzó abriendo en Madrid un espacio pop up llamado La Llorería para “concienciar”, según ellos, a través de un espacio recreativo y muy instagrameable sobre la salud mental. Esta Llorería tiene como objetivo vender su app en la que atenderán la creciente demanda de gente sola y perdida 24 horas, 7 días a la semana, con profesionales de escasa experiencia.
Conviene poner en contexto por qué estamos viviendo esta explosión de contenido relacionado con la salud mental y pararnos a reflexionar sobre las consecuencias, tan reales como dolorosas, del aumento de ciertas enfermedades y fobias, así como de las estrategias para atajarlas, más allá del sensacionalismo.
En 2020 el mundo se volvió del revés con un encierro forzado al que siguieron otras imposiciones que marcaron nuestra convivencia y cuyas consecuencias aún estamos sufriendo. Las malas noticias constantes, la presión sobre el ciudadano de a pie, obligado a no relacionarse, las dificultades económicas derivadas del cierre de las actividades, los problemas de convivencia dentro de los núcleos familiares, muchos de ellos confinados en espacios pequeños y precarias condiciones, o el uso generalizado de mascarilla han multiplicado los cuadros de ansiedad, los trastornos del sueño o el estrés post traumático. Es significativo que la venta de los libros llamados “de autoayuda” haya subido un 512% desde el comienzo de la crisis COVID-19 y el consumo de ansiolíticos se haya disparado; de las 82,50 dosis diarias por cada mil habitantes en 2010 a las 93,04 de 2021. Esta subida de 10 puntos es especialmente grave teniendo en cuenta que desde 2014 a 2019 hubo un estancamiento que se rompió con el inicio de los confinamientos duros.
La Fundación ANAR, que se dedica a mejorar la vida de niños y adolescentes, gestiona una línea telefónica de asistencia que ha sufrido un repunte espectacular de llamadas en los últimos 2 años. Uno de cada tres niños que realizó una llamada a este teléfono en 2021 consultó sobre problemas de salud mental (intentos de suicidio, ansiedad o trastornos de la alimentación), lo que supone un incremento del 54,6% respecto a 2020. Las peticiones de ayuda sobre suicidio o ideación suicida escalaron un 90% en solo un año y las relacionadas con autolesiones un 120%. Son cifras que una sociedad avanzada y solidaria no puede tolerar.
Esta enorme bola de problemas sin digerir correctamente tiene un impacto enorme en niños y adolescentes que, por encontrarse en las etapas de desarrollo más determinantes, no tienen las mismas herramientas que un adulto para enfrentarse a estos procesos de incertidumbre y estrés. Ellos son las víctimas más injustas y vulnerables de las dictaduras sociosanitarias que han arrasado el mundo en los dos últimos años.
La encuesta sobre la salud mental publicada por el CIS en marzo de 2021 revela elevados porcentajes en la cantidad de gente que ha sentido ataques de pánico, ansiedad, pensamientos negativos, miedo a una enfermedad grave, a que el mundo no vuelva a ser el mismo o al aislamiento social derivado de las alteraciones del curso normal de su vida. Lo que es más preocupante, el 52% ha notado cambios sustanciales en el comportamiento o la personalidad de sus hijos menores. Estos cambios se han reflejado en mayor irascibilidad, problemas para conciliar el sueño, falta de concentración, frustración e ideación suicida.
El Instituto Tecnológico de Producto Infantil y Ocio, en otra encuesta más reciente, sitúa en un 45% el porcentaje de menores que ha padecido un empeoramiento en su salud mental, traducido en pesimismo, aburrimiento o ansiedad. Inma Marín, experta en educación y comunicación a través del juego, explicó en el acto en el que se desgranaron los datos de este estudio que lamentablemente “hemos volcado en los niños nuestros miedos. Los niños están ansiosos porque se les ha privado de jugar al aire libre". Los confinamientos han supuesto un ataque frontal a los pilares sobre los que se sostiene el correcto desarrollo de los menores, impidiéndoles sociabilizar y haciéndoles perder un tiempo irrecuperable. Cuando por fin se pudieron incorporar de nuevo a los colegios, aumentaron los conflictos y se hizo patente un retraso en las habilidades comunicativas.
Pediatras y logopedas en Baleares denunciaron a comienzos de este año que los niños estaban sufriendo trastornos en el habla y la adquisición del lenguaje derivados directamente de las restricciones. Las autoridades, en vez de ayudar a suavizar estos problemas, decidieron que los niños llevaran mascarillas en clase, que provoca deficiencias en el sonido y en el reconocimiento facial, tan ligado a la madurez emocional, y cumplieran estúpidos protocolos de distanciamiento social, como si vivieran en un régimen militar.
En el caso de los bebés, según un estudio publicado en febrero de 2021 en Journal of Neonatal Nursing, el hecho de que los adultos que les rodean lleven mascarillas constantemente provoca un aumento del cortisol, que es la hormona que se libera a causa del estrés, ya que les es complicado reconocer la naturaleza de las expresiones de sus cuidadores. Esta elevación perjudica las conexiones neuronales y la madurez cerebral y a largo plazo afectaría a capacidades emocionales como la empatía, además de a la orientación y la concentración.
UNICEF también publicó una investigación en la que se refería a este desarrollo cerebral anormal derivado de los altos niveles de estrés. El estudio mapeaba la conducta de 1700 niños y adolescentes de 104 países diferentes durante los primeros meses de pandemia.
Otra de las aristas de este complejo problema la encontramos en la exposición reiterada que sufren los menores a información catastrofista sobre enfermedad y muerte en los medios de comunicación y a discusiones familiares que emanan de la precariedad y las inseguridades que ha provocado todo este escenario de dictadura social. Unido a la ansiedad, está también un abuso de los dispositivos móviles durante los encerramientos que, como demuestran diversos estudios, afecta al rendimiento escolar y provoca desórdenes en las relaciones y el humor.
En Canadá se llevó a cabo una de las investigaciones más amplias sobre las consecuencias de la crisis en niños y adolescentes. Comparando 116 artículos, lo que supone un muestreo de 128.000 individuos, el estudio establece una “alta prevalencia” de miedos en niños y adolescentes relacionados con el covid-19, así como “más cuadros depresivos y de ansiedad”, comparado con la época pre pandemia. La investigación hace hincapié en el empeoramiento de la salud mental de menores con neurodivergencias y patologías físicas crónicas, los cuales tiene una probabilidad mayor de experimentar un deterioro de sus trastornos tras vivir en regímenes coercitivos.
Pedro Sánchez presentó en octubre del pasado año el Plan de Acción 2021-2023 Salud Mental y COVID-19 para abordar las consecuencias de la pandemia. Con un presupuesto de 100 millones de euros, el ejecutivo pretende sumar plazas de psicólogos a la Seguridad Social, una especialidad que siempre ha estado muy denostada en el sistema, poner en marcha un teléfono de prevención del suicidio o activar campañas de sensibilización. La comunidad médica ha recibido con tibieza el proyecto, considerándolo insuficiente para paliar las carencias actuales.
Las medidas cosméticas no bastan, y se hace necesario implementar planes que atiendan permanentemente a los niños y sus familias especialmente cuando ha sido Pedro Sánchez quién ha dañado directamente a todos nuestros menores. Es urgente que las personas se rebelen de una vez por todas y pongan de su parte para proteger a los más indefensos, destrozados por las consecuencias de normas dictatoriales que no pueden entender; viendo como una parte importantísima de su vida, en la que solo deberían estar preocupados por aprender y divertirse, se les ha escapado de las manos.
El miedo de los adultos a una enfermedad cuya tasa de letalidad es menor que la de la gripe estacional, ha dañado la salud mental de varias generaciones. La complacencia de los adultos ha dinamitado la psicología incipiente de los menores. Con Pedro Sánchez a la cabeza, y el resto de políticos de derecha e izquierda acompasando su opresión sobre los más pequeños, se ha mellado el desarrollo de nuestros hijos. Pero no nos equivoquemos, como padres tenemos la capacidad de mejorar esta situación y ayudar a nuestros pequeños a salir de ella reforzados. Empecemos a luchar por aquello que más queremos y dejemos de obedecer el sinsentido globalista. Peleemos por nuestros hijos y resolvamos entre todos los errores de una pandemia inexistente que solo ha servido para enseñarnos lo miedosos y vulnerables que somos como adultos. Como sociedad adulta nos hemos comportado como niños miedosos de 3 años. Estoy segura de que ellos – nuestros pequeños – de haber estado en nuestra situación, jamás nos habrían hecho daño.