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En septiembre de 2024, un ataque con buscapersonas dilapidó cualquier noción de seguridad tecnológica.
Lo que parecía un dispositivo inofensivo fue convertido en una trampa mortal que dejó un saldo de muerte y caos en Líbano. El uso de estos aparatos ya había sido desplazado por la modernidad en la mayoría de los países. Sin embargo, Hezbolá los utilizaba para evadir la geolocalización que permiten los teléfonos móviles. En una operación orquestada por Israel, de la que el Pentágono aseguró ser completamente ajeno, los explosivos fueron colocados en las baterías, y los dispositivos detonaron a distancia, activados a través de mensajes falsos que simulaban ser órdenes de la propia organización.
12 personas muertas y casi 3000 heridos fue la consecuencia inmediata. Poco después se replicó el ataque, esta vez colocando explosivos en walkie talkies que se detonaron durante los funerales de algunas de las primeras víctimas. 20 muertos más y 400 heridos.
El nivel de sofisticación técnica necesario para infiltrarse en una cadena de suministro y manipular dispositivos a tal grado es escalofriante. No fue un ataque improvisado: fue minuciosamente planeado. Desde el momento en que los buscapersonas fueron manipulados, hasta su activación mediante mensajes que aparentaban ser inofensivos, el ataque mostró una precisión letal.
Lo más alarmante es la facilidad con la que estos explosivos se camuflaron en un simple aparato. ¿Cualquier tecnología, por inofensiva que parezca, puede ser transformada en un arma?
Este uso de tecnología civil para fines militares plantea importantes preocupaciones éticas. Convertir una herramienta de comunicación en un arma no solo borra las líneas entre lo militar y lo civil, sino que también introduce una nueva dimensión de terror: la posibilidad de que podamos tener móviles u otros dispositivos cotidianos entre manos y puedan ser transformados en una trampa mortal por una corporación o un gobierno.
Las contundentes palabras de Edward Snowden
Edward Snowden, ejemplo de activismo y desobediencia civil contra la vigilancia masiva, no tardó en pronunciarse sobre el ataque en Líbano, y lo hizo con una condena contundente. Snowden calificó el uso de estos beepers para causar muertes indiscriminadas como un acto "que pone en peligro a toda la humanidad". Para él, este tipo de acciones no solo constituyen una amenaza inmediata para las víctimas directas, sino que sientan un precedente aterrador que afecta la seguridad global.
Snowden comparó este ataque con la hipotética situación de encontrar explosivos dentro de dispositivos de uso diario, como los iPhones. Argumentó que, si una acción similar se llevara a cabo con smartphones, la reacción mediática y social sería mucho más rápida y enérgica. Esto destaca lo que él percibe como una peligrosidad no reconocida por la sociedad y los medios: si se permite que este tipo de manipulación tecnológica se convierta en una práctica común, ningún dispositivo cotidiano estaría libre de ser transformado en un arma.
Este tipo de ataques, en palabras de Snowden, “son indistinguibles del terrorismo”. Lo crucial de esta reflexión es que, aunque técnicamente se trate de una operación militar, el impacto sobre la población civil es devastador.
Cuando las consecuencias afectan a civiles inocentes, se trata de un crimen que vulnera la ética más básica. En un mundo donde la tecnología se ha convertido en parte integral de la vida diaria, Snowden advierte que este tipo de ataques aumenta el riesgo para todos: nadie está a salvo. Ya no hay diferencias: el peligro es real y no importa eliminar niños o personas indefensas. Los actores que perpetúan estos ataques cruzan una línea que podría llevar a una mayor escalada de violencia tecnológica en el futuro.
Si los ciudadanos no pueden confiar en que sus aparatos —teléfonos, computadoras, relojes— son seguros, ¿qué queda del contrato social que sustenta la confianza en la tecnología? Esta cuestión no solo afecta a los grupos militantes como Hezbolá. Quién nos asegura que no tendrá implicaciones globales si se repite o escala en otros conflictos.
Una frontera difusa entre guerra convencional y ciberataques
Este ataque marca una peligrosa frontera entre la guerra convencional y los ciberataques. Tradicionalmente, los ciberataques han sido considerados actos que interfieren en el software y las redes de los dispositivos, pero lo que vimos en Líbano va mucho más allá. Aquí, la manipulación del hardware con fines bélicos convierte un simple medio de comunicación en una bomba, difuminando la línea entre lo que es un ataque cibernético y lo que es un ataque militar físico.
Este tipo de ataques también plantea una serie de preguntas sobre la regulación ética y legal de la tecnología en tiempos de guerra. Actualmente, las leyes internacionales que regulan los conflictos bélicos —como los Convenios de Ginebra— se centran en armas convencionales y métodos de combate tradicionales. Sin embargo, no hay un marco regulatorio claro que cubra el uso de tecnología civil manipulada con fines destructivos. El incidente en Líbano demuestra la urgente necesidad de actualizar las leyes internacionales para abordar las nuevas realidades de la guerra tecnológica.
La revolución: Telcos Humanistas
Ya va siendo hora de que las empresas tecnológicas se responsabilicen de una vez por todas y comprendan que trabajan para los ciudadanos, incluyendo medidas de seguridad rígidas en sus productos, que protejan no solo nuestras identidades sino nuestra integridad.
¿Hemos de suponer que es seguro regalar un teléfono a nuestros hijos? Quiero tener la certeza de que las empresas tecnológicas asumen un compromiso claro y firme con la gente que garantice que estos espantosos incidentes no pueden volver a suceder. Las empresas deben implementar procesos de producción rigurosos y transparentes que verifiquen la integridad de sus dispositivos, asegurando que no se conviertan en herramientas de violencia. Firmas como Gigaset, que priorizan la salud y la seguridad del consumidor, son ejemplos de lo que podría llamarse "Telcos humanistas".
Gigaset, con sede en Alemania, mantiene una producción 100% local. Fabrica dispositivos robustos con tecnología que protege a los usuarios de las radiaciones 5g y con funciones que se adaptan a todo tipo de usuarios.
La existencia de estos "Telcos Humanistas" es cada vez más relevante en un contexto global marcado por la creciente complejidad geopolítica. Al adoptar prácticas que prioricen la ética y la seguridad, estas empresas pueden liderar el camino hacia un futuro donde la tecnología no represente un riesgo, sino una herramienta de empoderamiento. La responsabilidad no solo recae en los gobiernos y las organizaciones internacionales, sino también en la industria tecnológica que, con su capacidad de innovación, tiene el poder de marcar la diferencia.