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Feminismo Igualitario. Luchar para alcanzar.
No me gusta nada que las misándricas u «hombre-fóbicas» se hayan apropiado del concepto del feminismo. El feminismo no nació para convertirse en una fobia. Pensábamos en poder votar, en no necesitar a nuestro marido para abrir una cuenta bancaria, en que no pudieran vender nuestra empresa sin nuestro consentimiento… en ser, en definitiva, iguales que ellos. Ni más ni menos: luchar exactamente por los mismos derechos, las mismas oportunidades y las mismas obligaciones que los varones.
Sin embargo, la palabra feminista se ha pervertido. Muchas de las aspiraciones feministas se han transformado en actitudes de odio hacia los hombres y, por tanto, en la aberración de lo masculino: que si el patriarcado es el responsable de todo lo malo que le ocurre a la humanidad, que si las mujeres estamos sometidas, que si venga con el «techo de cristal»…
Mentira cochina. Nada de eso es verdad en Occidente. Lo que ocurre es que para alcanzar algo en la vida, desde un propósito personal hasta una meta común, hay que luchar y sacrificar. El feminismo equivale entonces a lucha y sacrificio, no a odio. Tanto en la teoría como en la práctica. Con el fin de que entre hombre y mujer haya una igualdad sin distinciones, y no una arrogante búsqueda de superioridad o rencor frente al otro.
El victimismo está del lado femenino en una vida igual de difícil para hombres y mujeres. Muchas mujeres creen nacer con esa «condena» de vivir en una eterna desventaja por el hecho de ser mujer. Una debilidad innata que las hace merecedoras de un «espacio seguro» y atrincherado donde ganar la batalla; donde el esfuerzo categórico se sustituye por la cómoda venganza. Este refugio es ese malinterpretado feminismo fóbico, que más que fortalecerlas y premiarlas, las vuelve aún más débiles y rencorosas. No comprendo por qué algunas mujeres se agarran a él como si de un activo se tratase, sin ver ni el daño ni el descrédito a los que nos somete.
Ahora piensan que el sistema o Estado debe protegerlas para conseguir lo que sin esfuerzo ni ejemplo se les niega. La solución está en los políticos, en el hombre o en los demás. Pero nunca en ellas, quienes ya han hecho demasiado para que se responsabilicen otros. Todo consiste en exigir que la ley se ponga de su parte, pero mucho más de su parte, que de la de los hombres. Si ellos nos pegan, entonces las penas aumentan; pero si nosotras los maltratamos, entonces la justicia no arremete contra nosotras. Así «alcanzan» ellas ahora.
La mujer feminista tiene que competir o cooperar con los hombres a la misma altura que lo hacen ellos. Y en las mismas circunstancias. Los hombres tienen mucho más claro que, en ocasiones, hay que sacrificar a cambio de alcanzar. Y la mujer feminista, por tanto, tiene que tener el mismo coraje que requieren ciertos tipos de puestos de trabajo y de situaciones para poder alcanzar sus metas. Si quieres ser la mejor chef del mundo, vas a tener que dejar a tu bebé con quien lo cuide y salir a cocinar para tus clientes una vez más. Pero si te retiras de tu profesión por maternidad durante cinco años, no esperes recuperarla tan fácilmente. Ni siquiera que el mercado te espere.
Pulula un vídeo por Internet en el que un hombre pega a una mujer en un parque y los transeúntes salen en su defensa. En realidad, se trata de dos actores que simulan una situación violenta para ver la reacción de la gente. Cuando los actores invierten los papeles, y ella le pega a él, surge la vergüenza. Los transeúntes, por el contrario, comienzan a reírse y a burlarse de la agresión de la mujer contra el hombre. Nadie lo ayuda.
El vídeo es un claro ejemplo de que la premisa ahora es la de la mujer como víctima, y el hombre como verdugo. Política, jurídica, económica y socialmente. Muchos viven de este discurso y muchas se aprovechan de esta circunstancia. No sale ni en prensa cuando una mujer mata a un hombre, o cuando éste se suicida por no soportar la agresividad verbal ni el sometimiento psicológico con el que ella le agrede. Es políticamente incorrecto y el titular no vende. Porque el hombre como víctima de la mujer o de otro hombre no atrae, no interesa, no se publica. Y así queda oculta la otra cara de la moneda.
Feminismo debería significar igualdad absoluta de condiciones. Incluso en el Código Penal, en la inmoralidad del maltrato y en los titulares. Que hombre y mujer tengan los mismos papeles y que nadie se interponga. Acordémonos del ejemplo de las Rangers que consiguieron entrar en cuerpo de élite del ejército americano. Tan descomunales y preparadas físicamente como sus compañeros. Estoy segura de que cualquier hombre no tendría inconveniente en confiarles su vida en el campo de batalla. Aunque no sean soldados con «o» de hombre. Esto, por ejemplo, sí es feminismo.
Conozco a un hombre maltratado que no puede defender a su hija de dos años de las palizas que le propina su madre alcohólica y maltratadora. Si lo hace, acaba en el calabozo. Ni siquiera puede contenerla. Si él la agarra para sujetarla, a ella le surgen marcas que atribuye a su supuesta agresividad. Las muestra a la policía y… vuelta a la cárcel. Tampoco puede abandonar el hogar ni rescatar a su hija con él. Los servicios sociales le han indicado que es bueno que esté con la madre para que se recupere. No importa que la niña esté en peligro, sino que la madre sea intocable. Esto, por ejemplo, no es feminismo.
Conozco a otro hombre que se casó con una mujer. Dos meses antes, ella había adquirido una casa. Pero la pagaron y mantuvieron entre los dos. No importaba que él ganase el doble de dinero y dedicase el doble de tiempo a trabajar mientras ella iba al gimnasio. Pero cuando el divorcio llegó 23 años más tarde, el juez decidió que la casa se la quedara ella, mientras él debía abandonarla y buscarse la vida sin nada. Imaginaos la impotencia de este hombre. Esto tampoco es feminismo.
Contraté en una ocasión a una mujer para un puesto de dirección que requería no solo dedicación, sino también disposición a viajar, especialmente a partir de los 6 meses después de ser contratada. Dos días más tarde tras su incorporación, me dice que está embarazada y que la semana siguiente necesita ausentarse 3 días para ir al médico. Todavía se sorprendió cuando le dije que no podía continuar en el puesto debido a sus circunstancias. Su respuesta: «tenía que haberme callado. No haber dicho nada y haber continuado, así no habrías podido despedirme más adelante». Yo trabajo con dedicación mientras soy madre de cuatro hijos, y esta sinvergüenza me quitó las ganas de contratar a ninguna mujer más en edad de procrear. Esto tampoco es feminismo.
Feminismo es igualdad. E igualdad es luchar y sacrificar por igual. Si haces el mismo trabajo que yo, cobrarás lo mismo que yo, seas hombre o mujer. Si te pego o me pegas y estamos en el hogar conyugal, es violencia doméstica en cualquiera de los casos. Da igual que yo sea mujer, tú hombre, o que los dos pertenezcamos al mismo género. Si no trabajas bien y no cumples con las condiciones del puesto de trabajo, te puedo despedir sin ningún problema. Igual que a cualquier otro hombre que tampoco lo haga. Independientemente de que estés embarazada.
Esta protección desmerecida de la mujer daña a la mujer más que a nadie. Porque la hace aún más débil. Porque la encierra más en una zona de confort agresiva pero pasiva al mismo tiempo. Las que no necesitamos esa protección, conocemos su trampa. Las que queremos ser iguales, la detestamos. Es un mensaje políticamente asqueroso, un discurso enlatado, que solo sirve para que algunas se aprovechen de ello y chantajeen a sus parejas, a sus empleadores y a la sociedad en general. Un victimismo detestable que para nada tiene que ver con la activa lucha del feminismo igualitario. Este sí es feminismo.