Europa impulsa un sistema internacional de reconocimiento facial
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2 junio, 202231 Mayo de 2022
Recuperar la privacidad de nuestros datos será una de las grandes batallas del ser humano en lo que resta de siglo XXI. Varios proyectos sobre gestión de la identidad digital ya se ciernen sobre nosotros y, aunque hay muchas voces avisando de los peligros que conllevan, unos parecen acatarlos mientras otros simplemente ignoran cómo les afectará en su día a día.
Tan pronto como este mismo año, Europa pretende implantar su propia cartera de identidad digital o ID Wallet. Estas carteras, vendidas como una app que facilitará la vida de los ciudadanos y ahorrará costes, tienen todas las papeletas para convertirse en la gran herramienta de control globalista, un directorio de valiosa información debidamente organizada. El anteproyecto refleja que las grandes plataformas como Google o Facebook tendrán que admitir estas nuevas billeteras como llave para acceder a sus servicios y los estados miembros de la UE estarán obligados a utilizarlas para la identificación de los ciudadanos cuando ofrezcan servicios de administración electrónica. El nuevo reglamento eIDAS abre la puerta para que las empresas privadas tengan permiso para verificar la identidad de sus clientes a través de estas carteras y, sin epígrafes en la nueva ley que lo puedan evitar, las posibilidades de que recolecten datos para elaborar perfiles o dirigir publicidad están servidas.
A finales del pasado mes de abril, los eurodiputados Rob Rooken y Rob Roos, de Países Bajos, publicaron en sus redes parte de una entrevista en la que sintetizaban en qué consistía esta cartera de identidad digital europea y se mostraban contrarios a su implantación.
Rooken y Roos insistían en que esta cartera será mucho más que un simple cambio de formato; contendrá información muy sensible, como nuestro historial médico, nuestro expediente académico o nuestros registros financieros además de, por supuesto, documentos como el DNI. Los eurodiputados ya se movilizaron en contra de la extensión de los llamados pasaportes COVID. Estos pases verdes, inservibles, interfirieron en la vida cotidiana de la gente como un vergonzoso brazalete con una estrella de David. Rooken y Roos denunciaron que millones de europeos tuvieron problemas de movilidad, y que la UE ignoraba así los procesos de participación pública.
Los pequeños beneficios que podría aportar la cartera, como agilizar un alquiler de vehículo en cualquier parte del continente, no compensan los riesgos. Gobiernos y grandes empresas tendrán la última palabra a la hora de permitirnos utilizar servicios o acceder a edificios oficiales. Los defensores afirman que la protección está garantizada, a través de la Identidad Auto Soberana, por la cual cada usuario decide el cómo y el cuándo se comparten sus credenciales de identidad pero, como se cuestionó el propio Rob Roos en comparecencia el pasado febrero ante la Comisión de Industria, Investigación y Energía del Parlamento Europeo, hasta qué punto estas wallets serán un servicio para el pueblo y no para gobiernos y corporaciones. ¿Qué aporta al ciudadano de a pie? Es más, ¿hasta qué punto será voluntario su uso y quién prevendrá los abusos? “La UE suele proponer buenos planes para después abusar y crear mayor control”, declaró el propio Roos.
El nuevo proyecto especifica que cada ciudadano tendrá asociado un código, una cadena alfanumérica, de carácter vitalicio. La aplicación compartiría este código con terceros, aunque el usuario siempre tendría que dar el permiso final cuando se requiere su identificación. No está claro hasta qué punto este permiso se dará libremente, si dependerá del tipo de requerimiento o si puede chocar con la legislación de cada territorio. Por ejemplo, en un país puede ser obligatorio identificarse en una manifestación y en otro en cierta red social. Será cuestión de tiempo que las grandes corporaciones inventen sistemas para hacerse con estos identificadores únicos y usarlos a conveniencia.
Ursula von der Leyen defiende que las redes sociales y las plataformas utilicen las ID Wallets para identificar las cuentas, pero quién nos asegura que Google o Facebook no van a vetar la entrada a individuos o colectivos en base a espurias clasificaciones. Estas empresas se caracterizan por ser contrabandistas de datos; no son una ONG precisamente. Las ID Wallets podrían funcionar como lo hacen las cookies, que son la puerta de entrada para que los entornos digitales funcionen adecuadamente. Si no se facilita la información correcta, del modo correcto, no entraremos en el sistema. Es vital desde una perspectiva de privacidad que el diseño de la cartera impida que cualquier entidad central sepa cómo y dónde se usa la aplicación, lo cual no está definido en el proyecto europeo. Lo contrario nos abocaría a un estado salvaje de vigilancia.
Simone Kerseboom, política del partido conservador y euroescéptico Forum por la Democracia, denunció en una reciente comparecencia en Rumanía que las voces locales están siendo ahogadas por una narrativa europeísta hegemónica “fundada en una imaginaria superioridad de Europa sobre las naciones. El sueño de una sola identidad europea tiene un precio”. Kerseboom avisa de que la pandemia ha acelerado los planes de centralización de las identidades y que el Foro Económico Mundial no va a dejar de perseguir su agenda “neocomunista”, en connivencia con el gobierno chino, a través de sumir a la población en un continuo estado de crisis, bien llamado “covid” o “cambio climático”, y transferir cada vez más poder del pueblo a la élite tecnócrata.
El recientemente reelegido presidente francés, Emanuel Macron, ya ha lanzado un “Servicio de Garantía de Identidad Digital”, extensión de las “Tarjetas de Identidad Nacionales” inauguradas el año pasado. La nueva aplicación autenticará la identidad de una persona para acceder a los servicios del sector público y privado y utilizará el lector NFC del teléfono inteligente para escanear información biométrica como la huella dactilar. Los franceses podrán, según los estatutos del servicio, generar certificados electrónicos con los atributos imprescindibles para solicitar un acceso. Políticos como Florian Philippot ya se han alzado contra la medida, tildándola de “pesadilla de privacidad” y advirtiendo del peligro de que se convierta en una herramienta para vigilar y evaluar a la ciudadanía, como se hace en China.
Por su parte, Austria entrega con cada nuevo pasaporte o DNI una cartera de identidad digital nacional, de carácter voluntario. A partir de 2023 esta wallet podrá utilizarse a nivel europeo. Según la web oficial del servicio: “ofrece acceso directo y altamente seguro a los servicios digitales de administración y negocios, permite la firma fácil y segura de documentos digitales, es gratuito y ahorra hasta un 40% de las tarifas de solicitud para canales oficiales digitales, cumpliendo con los más altos estándares de seguridad y protección”.
Todas estas ambiciosas reformas se aprovechan de una sociedad narcotizada por los medios de comunicación y el miedo para hacernos creer que “necesitamos” una identidad única, que el viejo continente va a velar por nuestros intereses como lo hizo con pases verdes y QRs. Como dice Kerseboom, “incluso las naciones más débiles sacrificaron su libertad por una sensación de seguridad”. Quién pude afirmar que no estamos cometiendo el mismo error, ahora que nuestro ánimo está un poco más baqueteado, con estos planes de reconocimiento de la identidad “seguros y confiables”. Quién nos dice que con este sistema centralizado los globalistas no serán capaces de bloquear cuentas bancarias por un simple mensaje en contra del discurso imperante. Someter a escrutinio a las identidades digitales es crucial, si no queremos que una simple cartera en nuestro smartphone transforme los estados libres y soberanos en una pesadilla orwelliana.