Root Cause: Hasta la raíz
29 agosto, 2022Los ataques contra la privacidad más sonados: RadarCOVID
27 octubre, 202224 octubre de 2022
Con el coronavirus como centro, llevamos dos años viviendo dentro de un experimento de control social que tiene ganadores y perdedores claros.
En 2020 nos vimos sometidos a un confinamiento salvaje sin precedente que funcionó como una purga a nivel global. Echando la vista atrás, las consecuencias económicas para la mayoría de las naciones fueron devastadoras. En Estados Unidos se perdieron 22 millones de empleos, cifras de las que no se han podido recuperar todavía, en parte porque muchos de esos desempleados ya no pudieron incorporarse de nuevo al mercado laboral. El país sufre un déficit de trabajadores que emana de la bajada de la migración, el cierre de empresas y el incremento de las jubilaciones anticipadas. En España, más de 600.000 personas perdieron su empleo. Tras los planes para recuperar esta situación, con una sociedad vapuleada por el miedo, se ha consolidado la precariedad: los ERTEs crónicos, las empresas que funcionan con menos personal, con jornadas más largas, el teletrabajo por obligación… La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha declarado que existen 52 millones de puestos de trabajo menos que antes del estallido del covid-19. En un reciente informe sobre perspectivas sociales y del empleo1, la OIT advierte de que aún en 2023 esta cifra será de 27 millones, y ha rebajado en general las previsiones de recuperación.
Más allá de los fríos datos numéricos, los ciudadanos de a pie tienen que soportar una losa mayor que afecta a su vida diaria: la de la depresión, la ansiedad, la soledad, el repunte de enfermedades como la obesidad, las tasas de suicidio o consumo de alcohol disparadas, etc. Sin contar con las cifras reales de damnificados por los sueros tóxicos que nos han vendido como vacunas, cifras que nunca llegaremos a conocer con exactitud. Con una sociedad adormecida y enferma, el terreno para manipularnos está perfectamente abonado.
¿Afectó a todo el mundo por igual? Por supuesto que no. En China, epicentro de la plandemia, el PIB se incrementó en un 6,5% en el último trimestre de 2020. En 2021 su economía alcanzó los marcadores más positivos de su historia, permitiéndose mirar directamente a los ojos a otras súper potencias como Estados Unidos. En la actualidad, el incremento del PIB sigue imparable, situándose en torno al 5%. La pandemia ha cambiado para siempre las dinámicas de poder mundiales. Casualmente, es el gigante asiático el que ha conseguido impulsar con mayor éxito su industria, sus exportaciones y su influencia internacional: el país en el que, debido a causas no aclaradas, se liberó un virus que causa una enfermedad similar a otras enfermedades comunes pero que ha desatado el caos hasta límites ridículos. En medio se ese caos, China asienta su supremacía. Según el Centro de Investigación Económica y Empresarial (Centre for Economics and Business Research o CEBR, por sus siglas en inglés), China superará a Estados Unidos como primera economía mundial en el año 2030. Cualquiera que se atreva a cuestionar que la covid-19 fue fruto de un desafortunado accidente, con intereses creados detrás, podría correr el peligro de ser tachado de conspiranoico e incluso de racista. La realidad es que nunca nadie pudo imaginar antes de la pandemia que China ganaría el protagonismo mediático y económico de hoy en día, pero ahí está, y es gracias a todo este asunto del covid-19. Obviamente, los poderosos no tienen ningún interés en despejar todas las incógnitas sobre el manoseado origen del virus, porque el oscurantismo es un magnífico aliado de la dictadura.
El desequilibrio de poder que pone de manifiesto el covid-19 cristaliza en un día a día más complicado para todo el mundo, donde se legitima el abuso de poder, al coacción y la intromisión en la rutina. Al mismo tiempo, se desarma a los organismos de control; hay un “problema” y el fin último es “corregirlo”, no importa cómo ni a costa de quién.
Las otras grandes ganadoras de este nuevo orden son las tecnológicas, manejadas por un puñado de familias millonarias, que vieron en los encierros forzados el perfecto aliado para hacer brillar sus hojas de resultados. Mientras miles de empresas agonizaban, Netflix observaba cómo crecía su número de suscriptores y sus beneficios se doblaban. Amazon tenía que hacer frente a un aumento de la demanda sin precedente, tanto de sus pedidos de particulares como de sus servicios en la nube. Jeff Bezos, fundador de Amazon, aumentó su fortuna en los primeros meses de aquel extraño 2020 en 25.000 millones de euros, convirtiéndose en el milmillonario que había conseguido el mayor y más rápido crecimiento patrimonial de la historia. Microsoft o Google también reforzaban sus imperios, auspiciados por el teletrabajo y las medidas de distancia social.
Como siempre, es la clase media la más castigada, mientras el estamento político se pasea de reunión en reunión, fingiendo que les interesa nuestro porvenir, colocando mensajes en las televisiones que nos sirven de somnífero. Porque, no lo olvidemos, esto no es una crisis sanitaria. Es tortura al más alto nivel, una dictadura moderna y tecnificada, sutil, en nombre de la cual se han cometido verdaderos crímenes contra la humanidad.
1 Perspectivas sociales y del empleo en el mundo | OIT. 2022