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“There are only two industries that call their customers ‘users’: illegal drugs and software.” Edward Tufte
Las redes sociales han propiciado enormes cambios en la sociedad. Las relaciones interpersonales, la manera en la que accedemos a la información, los debates políticos… Todo se ha moldeado en base a nuestros feeds. “El dilema de las redes sociales” (The social dilemma, Jeff Orlowski, 2020) es una película documental, que utiliza partes ficcionadas para apoyar la narración, que ahonda en la evolución de las redes y su influencia en materia de salud mental, política, etc. El documental es un interesante análisis sobre la manipulación de nuestras opiniones y emociones a la que nos someten las tecnológicas a través de Facebook, Instagram, o Pinterest. Para ello, se sirve de multitud de testimonios de expertos en tecnología, psicólogos o trabajadores de estas empresas.
El film matiza el tópico que sostiene que cuando no pagas por el producto, tú eres el producto. En realidad, cambiar tu comportamiento y percepción de las cosas es el producto. Las redes sociales se sirven del mercadeo y monitorización permanente de nuestros datos para predecir nuestras acciones. Todo se rastrea y se mide a través de inteligencia artificial que aprende sobre nuestros gustos y hábitos. Buscan así afianzar tres objetivos:
- Engagement. Que el usuario utilice cada vez más sus redes sociales.
- Crecimiento. Que el usuario invite a más personas para alimentar la maquinaria.
- Publicidad. Ajustar la oferta de anuncios y conseguir más dinero.
Esta mercantilización es definida por Shoshana Zuboff, socióloga y una de las personalidades que participa en la película, como capitalismo de vigilancia. El capitalismo de vigilancia se alimenta de los individuos que desconocen los procedimientos que hay detrás; los convierte en mercancía para que el ciclo predecir – monetizar no acabe nunca. Las redes sociales sitúan en el centro de todo el engaño y la manipulación y provocan comportamientos adictivos. Al final, no quieren hacer nada que nos beneficie, aunque en un principio nacieran como foro en el que recuperar relaciones o favorecer la solidaridad. Son como una máquina tragaperras, en palabras del ex responsable de diseño ético de Google y cofundador del Centro para la Tecnología Humana, Tristan Harris, a la que hay que alimentar para que nos ofrezcan lo que los expertos llaman refuerzo intermitente positivo: likes y comentarios constantes que provocan pequeñas descargas de dopamina y funcionan como enganche. Fabricamos una verdad a nuestra medida y entramos en una competición que se nutre con recursos cuidadosamente pensados como el etiquetado de fotos, mediante el que nuestra presencia se expande por los contenidos de amigos y de amigos de amigos.
Estos pequeños premios emocionales intermitentes, que podrían parecer inofensivos, provocan enormes daños a la larga, sobre todo en niños y adolescentes. Tras esa breve recompensa, los menores se sienten más vacíos y se ven en la obligación de ofrecer un contenido más atractivo que les provea de más reacciones. Las redes sociales están destrozando la salud mental de los más débiles. La conocida como Generación Z (nacidos a partir de 1996) es la primera que ha entrado en la preadolescencia con redes sociales al alcance la mano. No conocen una realidad que no esté filtrada, literal y figuradamente. A partir de 2010, solo en Estados Unidos ha crecido un 62% el número de adolescentes que se autolesiona y un 189% en el caso de los preadolescentes. Los suicidios se han disparado un 70% entre los adolescentes y un 151% si hablamos de preadolescentes. Tim Kendall, antiguo ejecutivo de Facebook, no duda en asegurar que “estos servicios matan gente”. Kendall confiesa que su actividad profesional estaba dirigida a hacer más adictiva la red, y terminó renunciando por un puro conflicto ético. Depresión y ansiedad están a la orden del día entre nuestros hijos. Incluso han aparecido síndromes de nuevo cuño como la dismorfia de Snapchat, que provoca una obsesión entre los adolescentes por parecerse a la imagen filtrada de sus redes sociales hasta el punto de rechazar su yo real. Los confinamientos covid no han hecho más que acrecentar el problema. Niños y adolescentes utilizan las redes un 170% más desde que se generalizaron los primeros encierros. Instagram ha puesto en marcha medidas cosméticas como la ocultación del número de likes en las publicaciones, que los usuarios pueden activar o desactivar a demanda, mientras sigue bombardeando con publicidad adaptada con perversa eficiencia a cada perfil.
Todas estas redes, que para muchas personas son la única vía de información, han contribuido a la polarización de los puntos de vista. La radicalización de los debates mantiene a la gente enganchada a las redes y son un arma de destrucción masiva en manos del poder. La mentira se propaga 6 veces más rápido que la verdad, según un estudio publicado en 2018 en la revista Science1 por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés). Como caso paradigmático de esta influencia, la película refleja el conflicto que se desató en Myanmar en 2018. Los ciudadanos de este país del sureste asiático obtenían Facebook de serie en sus teléfonos móviles, lo que provocó que esta red se convirtiera en el principal proveedor de noticias. En el conflicto entre el ejército birmano y la minoría musulmana rohingya, Facebook jugó un papel esencial, reconocido por la propia compañía, pues permitió que los mensajes de odio y la incitación a la violencia se propagaran a velocidad de vértigo. El resultado fue el genocidio de 25.000 personas, miles de desplazados, violaciones, destrucción de pueblos, etc.
La tecnológicas se han convertido en enormes centros comerciales que nos tratan como recursos. La tecnología, cuando no es una herramienta, es vicio y esclavitud. Aun así, The social dilemma, en cuya página web oficial podemos encontrar recursos de ayuda y material adicional, abre una rendija de esperanza con algunos consejos finales: desactiva las recomendaciones, apaga las notificaciones, controla el tiempo que tus hijos pasan delante de las pantallas, y sé un poco más libre.
1 The spread of true and false news online | Soroush Vosoughi, Deb Roy, Sinan Aral. Science. 09/03/2018