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Hay dos preguntas que se olvidan de hacernos a las mujeres cuando, tras dar a luz, nos entregan a nuestro bebé: “¿qué tipo de vida lleva? ¿a qué se dedica?“ Y si la respuesta encuadra a la madre dentro de lo que se denomina una mujer “profesional”, esta debería recibir unos consejos que nada tienen que ver con los que se les da a las que no lo son o quieren dejar de serlo durante un tiempo. Nosotras -las mujeres que no vamos a descolgarnos ni un solo minuto de nuestra vida laboral- deberíamos recibir justo la información contraria a la que recibimos. Deberíamos oír lo siguiente: "olvídate del pecho y dale biberón a tu hijo”.
Tengo casi cuarenta años y dos hijos, uno de catorce meses y otro que va a cumplir cuatro años. No les he dado el pecho a ninguno de los dos, a pesar de mis fracasados empeños con el primero. ¿Por qué lo intenté? Pues por la presión que sufrí, la verdad, porque el cuerpo me pedía no hacerlo. Todo el mundo –y subrayo lo de TODO el mundo- insistía en que era la mejor opción, que protegía más al niño de posibles enfermedades futuras, que yo adelgazaría antes, que favorecería la conexión con mi hijo... Tonterías. Una sarta completa de chorradas. Aquella mujer que no pueda o desee darle el pecho a su hijo, que no se deje convencer y opte por el biberón sin remordimientos.
Yo tenía leche de sobra pero ninguna paciencia. No le encontraba el gusto a tener a mi hijo “enchufado” a mi cuerpo cada tres horas y que, además, esa supuesta “conexión madre-hijo” que tantos elogios recibía por los que me rodeaban tuviese que durar más de una hora, no los cinco minutos por pecho que yo –ingenua de mí- había creído suficientes al optar por la lactancia materna.
Aquella incómoda situación me llevó a pensar: “como tengo leche y no quiero ser cruel y no darle el pecho a mi hijo, pues me la saco de seis en seis litros con un saca leches, la congelo y arreando”. Compré el gran invento, lo conecté a mi cuerpo y pude comprobar que la velocidad de succión del endemoniado aparato era igual que la de mi bebé: lenta y desesperante. Aquello no solucionaba mi problema. Seguía convirtiéndome en un pasiva máquina de dar leche imposibilitada para la vida laboral.
Y fue entonces cuando mi fiel amigo el sentido común, que me había abandonado unos días tras el parto, volvió a mi lado y me susurró –o mejor dicho, me gritó- la palabra mágica: BIBERÓN. Al mismo tiempo recordé una conversación con mi ginecólogo, que meses atrás me había comentado cómo su mujer había dado el pecho a dos de sus hijos pero los otros dos habían sido criados con biberón, sin que eso hubiese impedido que los cuatro creciesen fuertes y sanos. Me deshice de aquellos grilletes con forma de pecho que habían pretendido alejarme de mi vida profesional y, biberón en mano, comencé a alimentar a mi hijo como debía haberlo hecho desde el principio.
Con mi segunda hija no tuve ninguna duda. Aunque la presión fue la misma, mi reacción fue la contraria. No me dejé engañar por todas aquellas mujeres que volvían a recordarme las ventajas de la lactancia materna e interrumpí su interminable lista de “beneficios” con un tajante “no le voy a dar el pecho porque no me da la gana”. Nadie volvió a insistir. No tuve que recordarles a aquellas amigas comunes que, obsesionadas con que sus hijos solo recibiesen alimento de sus inagotables pechos, terminaron en urgencias con sus bebés prácticamente desfallecidos tras haber ingerido algo que no debía ser más que agua durante semanas. Como tampoco tuve que mencionar a aquellas que tuvieron que padecer los lloros de sus malnutridos bebés hasta que se dieron cuenta de que el biberón –eso que consideraban algo artificial y por lo tanto malo- podía darles a ellas y a sus hijos el descanso que ambos necesitaban.
Y yo me pregunto: ¿cómo consiguen que las mujeres nos sintamos culpables por utilizar un método que gracias a los descubrimientos de los últimos años nos permite ser madres y mujeres profesionales? Existen un gran número de leches artificiales con las que probar hasta que nuestro bebé se encuentre a gusto. ¿Quién y con qué oscuro motivo intenta convencernos a las mujeres de que abandonamos a nuestros hijos cuando optamos por el biberón?
Yo quiero que mis hijos tengan una madre profesional que les alimente no sólo con la leche adecuada sino también con los valores correctos, con el buen ejemplo de ver a una mujer que se desarrolla como madre y como persona sin tener que dejar de ser lo uno para seguir creciendo en lo otro. Y para eso utilizaré todos los avances que la ciencia me proporcione –leche artificial incluida- y así poder seguir alimentando a mis hijos y “alimentándome” a mi misma. Sin sentirme culpable, por mucho que lo intenten otras.
¿Se tratará de mi evolución como mujer? Yo creo que sí: de mamífero hembra a persona.